miércoles, 16 de julio de 2008

Acerca de las implicaciones ético-políticas de la creación artística

En los años de la secundaria, cuando fue cuestión de aprender latinajos en el curso de castellano, aprendí uno que he recordado siempre con facilidad: «ars longa vita brevis». Aún me pregunto acerca del justo sentido de esta frase de Hipócrates, pero sigue llamando mi atención el contraste establecido entre brevedad y longevidad, pues pienso que estando el hombre en el origen de la obra de arte, es precisamente desde su brevedad que engendra lo duradero en un maravilloso acto creador; produciendo lo menor lo que es más. El arte es entonces la expresión privilegiada del anhelo de Belleza (la cual de alguna forma incluye la idea de eternidad) que experimenta el ser humano.

Así las cosas, si es el arte el modo y la vía más expedita que utiliza el hombre para acercarse a lo Bello, no en vano algunos pensadores ven el arte como una realidad redentora. Shopenhauer lo consideraba como el lenitivo que esta vida injusta, frágil, imperfecta y plagada de deseos y apegos que nos hacen sufrir nos ha dejado; para él era como la terapia que aplacaba la volición, fuente de todos los sufrimientos. Nietzsche por su parte, sugiere una idea parecida al insinuar que «sólo como fenómeno estético están eternamente justificados la existencia y el mundo»[1]. El arte entonces suaviza la rudeza y la acritud del nihilismo como horizonte vital: «hay un solo mundo y es falso, cruel, contradictorio, corrupto y falto de sentido[2]». «Tenemos el arte a fin de no sucumbir ante [esa] verdad[3]» y poder acaso, danzar de alegría en medio de la nada. También Dostoievsky afirmaba en su célebre apotegma: la belleza salvará al mundo.

Pero, el arte es también imitación –tosca imitación a veces- de la realidad visible y sobre todo revelación y testimonio –indefectible testimonio generalmente- de lo invisible. Esta relación, diríamos diálogo, entre estas dos esferas vitales, me parece que ha sido magistralmente intuida en una obrita que ha pasado a ser un clásico de las letras universales: «El retrato de Dorian Gray». Escrito en plena época victoriana, cuyas facciones retrata de modo admirable, ésta, la única novela de Óscar Wilde es, fina y soterradamente, el retrato de una sociedad decadente, narcisista, soberbia y doble: la sociedad de su época.

Basil Hallward, encaprichado con la belleza del joven Dorian, hace de él su numen, el motivo de su arte. La historia se abre con el diálogo entre el artista y su amigo Lord Henry Wotton, a propósito del magnífico retrato que aquél ha hecho de Dorian Gray, quien entrando más tarde en escena, entabla amena conversación con Wotton cuya visión del mundo y de la vida le seducirá profundamente. Casi al final de ese coloquio, el mismo Wilde concluye:

«Aquello le había conmovido y, ahora, mientras miraba fijamente la imagen de su belleza, con una claridad fulgurante captó toda la verdad. Sí, en un día no muy lejano su rostro se arrugaría y marchitaría, sus ojos perderían color y brillo, la armonía de su figura se quebraría. Desaparecería el rojo escarlata de sus labios y el oro de sus cabellos. […] Se convertiría en un ser horrible, odioso, grotesco. […][4]»

Es entonces cuando Dorian constata:

-¡Qué triste resulta! […] Me haré viejo, horrible, espantoso. Pero este cuadro siempre será joven. Nunca dejará atrás este día de junio... ¡Si fuese al revés! ¡Si yo me conservase siempre joven y el retrato envejeciera! Daría..., ¡daría cualquier cosa por eso! ¡Daría el alma! […] Tengo celos de todo aquello cuya belleza no muere. Tengo celos de mi retrato.[5]».

Contra toda expectativa, el deseo del joven se cumple: el retrato envejece y se afea, mientras él conserva lozanía y gallardía. Comenzará, pues, para él una perversa espiral de maldad, vanidad y egoísmo que lo envilecerá profundamente.

Me interesa subrayar los celos legítimos de Dorian Gray, su comprensión desconcertante de que –dejémoslo sin traducción- «ars longa, vita brevis».

Volvamos ahora a nuestra idea: el arte es revelación sensible de lo que pasa adentro, puente establecido entre el alma y las cosas al mismo tiempo que es conato de vida, deseo de perennidad. Es justamente esa relación la que nos permite entrever la fantasía de Wilde al mostrarnos cómo el retrato cambia de forma y envejece –se degrada quizá- al paso que el yo personal de Dorian Gray se acanalla y denigra: quien tanto deseó conservar para siempre la frescura de su rostro y el vigor de sus años llegó hasta el punto de odiar por envidia su propio retrato.

Pero, amén de la relación entre arte – realidad (puesto que el arte es expresión visible de lo invisible y, al mismo tiempo expresión de las condiciones sociales), hay otro nexo que nos sugiere lo anterior: el binomio arte – artista (puesto que todo arte es expresión personal de los sentimientos, los gustos y la personalidad de su creador). Así, mientras el primero nos sugiere entre otros un problema de orden político, el segundo parece ser de índole moral o ético[6]. Pasemos ahora a revisar un poco esas implicaciones…

La moralidad del arte.

La preocupación sobre la moral del arte no es de nuestros días; ha inquietado la filosofía y a los filósofos de todos los tiempos. En mi caso personal, me parece haber despertado a esta cuestión desde una época muy temprana. De hecho, tuve la suerte -¿o la desgracia?- de vivir los años de mi infancia muy cerca de la casa familiar de una de las glorias de la historia literaria colombiana reciente. Me refiero a Raúl Gómez Jattin, ese poeta deslenguado y procaz, que con sus excesos y delirios asustó e incomodó una sociedad provinciana que poco conocía de bohemios, pasotas e irreverentes y que jamás adivinó la profundidad de su arte. De Raúl se decía que su inteligencia y sus muchas letras le habían robado el juicio. Primero tuve noticia de sus desacatos, borracheras, de su afición por el cannabis y de su homosexualidad que de sus versos, cuyo valor pude apreciar mucho tiempo después, cuando la noticia de su muerte nos sacudió a todos.

Mi caso ilustra en cierto modo una actitud frente a la comprensión de la relación arte – moral. Para algunos, el valor de una obra está supeditado a las normas morales; de modo que es inadmisible una obra cuando ella contradice el sistema de valores considerado como justo y verdadero. La obra de Gómez Jattin, que reflejaba y exaltaba sus excesos, no podía, pues, ser digna de crédito o mecedora de elogio alguno.

Haylos quienes piensan del modo contrario y, considerando arte y moral como dos ámbitos diferentes, otorgan la primacía a los valores artísticos incluso si estos menoscaban a los otros. La idea del artista como bohemio aparece casi como la materialización de esta idea. En el caso de la literatura, después de que Verlaine, en 1884, acuñó la expresión «poetas malditos» para designar a un grupo de escritores franceses de vidas turbulentas y fuera de los parámetros sociales establecidos, el adjetivo 'maldito' ha quedado gustándonos y aunque se aplica sobre todo a los poetas, el contenido de este significante bien podría predicarse de artistas y literatos tales como Cézanne, Gauguin, Van Gogh, Zola o Maupassant. De todos modos, cuando se trata de excesos alcohólicos, narcóticos y sexuales la obra de arte parece más interesante ante el ojo esnobista de los 'librepensantes'.

Una cosa es cierta: la relación entre arte y moralidad es difícil y no siempre ha podido ser comprendida. Es verdad que ambos -arte y moralidad- pertenecen a esferas distintas de la experiencia humana y es verdad también que el valor artístico de una obra trasciende los valores que ella vehicula y que su perfección no es ni directa ni inversamente proporcional a lo edificante que ella pueda ser. De algún modo, la obra artística posee un lado amoral. Es su interpretación la que ejerce una influencia o transmite una concepción del mundo y una postura ante la vida y las instituciones sociales.

En el caso de la literatura el problema moral pasa al primer plano puesto que, los comportamientos, pensamientos y actitudes de los personajes son puestos al desnudo con relativa claridad y extensión. No obstante,

no existen libros morales o inmorales. Los libros están bien o mal escritos. Eso es todo […] La vida moral del hombre forma parte de los temas del artista, pero la moralidad del arte consiste en hacer un uso perfecto de un medio imperfecto. Ningún artista desea probar nada. Incluso las cosas que son verdad se pueden probar. El artista no tiene preferencias morales. Una preferencia moral en un artista es un imperdonable amaneramiento de estilo. Ningún artista es morboso. El artista está capacitado para expresarlo todo[7].

Ahora bien, aunque los valores artísticos poseen una legítima independencia respecto a otras formas de valor, ellos no son los únicos ni están por encima de otros que son fundamentales como el respeto a la vida o el respeto debido a la infancia, entre otros. Además, la valoración de toda obra de arte incluye siempre algún componente de subjetividad y esto, me parece que es reconocido hasta en los más tradicionales sistemas[8]. Sin embargo, dice Tolstoi: «la estimación del valor del arte (es decir, del valor de los sentimientos que transmite) depende de la idea que se forma del sentido de la vida y de lo que se considera como bueno o malo en esta vida. La ciencia que distingue lo bueno de lo malo lleva el nombre de religión.[9]». ¿Hasta qué punto la moralidad del arte es un problema más religioso que ético? No a nosotros, el responder aquí a esta pregunta.

No pretendo una revisión exhaustiva de la cuestión que supone un estudio serio y no un escrito que tiene el sabor de humilde opinión, pero podríamos cerrar esta sección analizando, tal vez proponiendo, la urgencia de una reflexión acerca de la ecología del arte.

En una sociedad que ha rebasado de los viejos metarrelatos, en donde la discusión sobre lo moral y lo inmoral se ha abierto más allá de los cánones religiosos oficiales y la conciencia ambiental se ha ubicado en el centro de las preocupaciones de la comunidad mundial, estudiar la relación naturaleza-arte se vuelve una necesidad sentida. Las ideas de retorno a la tierra, a los elementos cotidianos, a la valorización de lo efímero, lo cotidiano y lo instantáneo en los movimientos artísticos contemporáneos, así lo sugieren.

Arte y política.

Ya hemos dicho que el arte es expresión de las condiciones sociales. Digamos ahora que «el arte de cada época y cada escuela es, en sentido amplio, fruto de las condiciones sociales reinantes y de las aspiraciones nacionales y raciales[10]».

No es raro entonces que el arte haya sido desde siempre un fenómeno vigilado y seguido de cerca por los sistemas políticos reinantes quienes a su vez pretenden utilizarlo como mecanismo para hacer llegar a los pueblos su concepción particular de la historia y la sociedad.

En cierto sentido, el arte como fenómeno de masas tiene generalmente efectos ‘uniformantes’. No me refiero a ciertas manifestaciones artísticas reservadas a unas cuantas élites sino a la música, la pintura, la escultura, la arquitectura o cualquier otra forma de arte al que tenemos acceso libre y cómodamente.

Lo que intento decir es que el arte, al igual que la educación, cuando sucumbe alienado por las ideologías políticas, religiosas, económicas o de cualquier otro tipo, tiende a crear 'sociedades rebaños'. Por el contrario, la libertad en la inspiración, en la opinión y en la crítica garantiza la excelsitud y el desarrollo del oficio pedagógico o estético. La actividad artística es valiosa por sí misma, pero no sirve de nada si se reduce a un placer inocuo de un grupo privilegiado de petimetres burgueses.

Pero permítame el lector una palabra respecto a una realidad que relaciona directamente el arte y la política: la censura.

Por censura entendemos «el uso del poder, por parte del Estado o de algún grupo influyente, para controlar la libertad de expresión […] La censura se lleva a cabo con el fin de mantener el status quo, controlar el desarrollo de una sociedad, o suprimir la disconformidad de un pueblo sometido[11]».

En diferentes momentos de la historia, la censura ha revestido formas dramáticas incluyendo las más duras represiones y torturas. Hoy por hoy, el panorama no es tampoco muy halagüeño y la dictadura de lo irracional sigue colonizando con mayor o menor intensidad amplias zonas del globo.

No estamos aquí tampoco para estudiar los alcances de la censura, sus modalidades o su licitud. Bástenos reconocer que el hecho mismo de su existencia da cuenta del inmenso poder que es capaz de ejercer el arte como fenómeno universal en todas las sociedades.

Educar para el arte y en el arte parece ser una excelente herramienta para desarrollar no sólo el talento de las futuras generaciones sino esa especie de olfato natural que permite distinguir lo bello y lo auténtico de lo que sólo lo es apariencia.

Conclusión

El arte como fenómeno humano escapa a toda consideración simplista por muy moral o política que esta sea. El arte ha de ser buscado. Él está más allá de las vitrinas donde lo exponen las maquinarias políticas o religiosas y más allá del embrujo de los mass media, que nos lo entregan mediatizado, oficializado. Al origen, está, sin contestaciones y al abrigo de toda contaminación, ese intento humano de acercarse a lo Bello, de expresar lo invisible, de perdurar en el tiempo, de hacer también Creación. En una palabra, de tentar -en sus dos acepciones de tocar e intentar- lo Absoluto.

Ese arte humano, como lo ha formulado Maite Beguiristain, «sigue haciendo ahora lo que ha hecho siempre: hablarle al individuo de lo que es importante[12]».


[1] Nietzsche. El nacimiento de la tragedia. 5. En: http://www.nietzscheana.com.ar/tragedia/cinco.htm
[2] Nietzsche. Fragmentos póstumos. 11 [415]. En: http://www.nietzscheana.com.ar/arte.htm
[3] Ibíd. 16 [40] 6.
[4] Wilde, Óscar. El retrato de Dorian Gray. Cap. II. En: http://es.wikisource.org/wiki/El_retrato_de_Dorian_Gray_:_2
[5] Ibíd.
[6] Contra el parecer de algunos autores, utilizaremos indistintamente los términos ‘ética’ y ‘moral’ así como sus adjetivos homónimos, tratándolos como palabras perfectamente sinónimas.
[7] Ibíd. Prólogo.
[8] Recuérdese la definición tomista de lo bello: el célebre «quod visum placet», que abre de par en par las puertas al subjetivismo.
[9] Tolstoi, León. ¿Qué es el arte? En: http://www.ciudadseva.com/textos/teoria/opin/tolstoi1.htm
[10] KERRIGAN, Anthony. En: Arte. Nueva Enciclopedia Durvan. Ed. Durvan. Bilbao 2001. p. 852.
[11] http://es.wikipedia.org/wiki/Censura
[12] BEGUIRISTAIN, Mª Teresa. El arte: mecanismo de denuncia...mecanismo ético. Entrevista concedida a Teína. Revista digital. En: http://www.revistateina.com/teina/web/Teina_2/dossier/arteymoral.htm